En la panadería
Hija (unos cinco años): Quiero una chuche.
Madre (imagino): Mejor no, que es casi la hora de cenar y luego no tienes hambre. Además ensucian el estómago. Y tienen azúcar que provoca caries.
Hija: Pero un chicle sí puedo ¿no? Porque como no me lo trago... Y sin azúcar, así tendré el estómago limpio y los dientes también.
Madre: Te he dicho que no.
Quedarte sin argumentos ante quien intentas enseñar a razonar no debería ser una derrota, sino un orgullo.
En la calle
En sentido contrario por una acera estrecha se me acerca un (creo) paquistaní. Casi frente a frente, doy un pasito a la derecha para dejarle vía libre. Él hace lo mismo. Pruebo hacia la izquierda y él me imita. Durante unos segundos somos un espejo, un baile de amagos que termina cuando me coge por los hombros, me clava en el sitio y me rodea. Los dos estallamos en una carcajada.
Hablar el mismo idioma no es emplear la misma lengua.
Con mi perro en el parque
Mientras le alargo una bolsa al dueño del carlino que nunca recoge sus heces:
- Tenga. No se preocupe, llevo más. Yo también me las he olvidado alguna vez.
Pensar bien del otro o cómo avergonzarle a la vez que le dejas una salida airosa.
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