14.918

Donostia ha cambiado tan poco que aún mantiene obras inacabadas desde hace un año (algunas más). Sigue siendo tan cara como Barcelona, con la envidiable excepción de las flores frescas. Continúa amenazando mi peso ideal y poniendo a prueba mis cervicales, obligadas a esforzarse para no perder detalle de ningún rincón.

Forzado por un temporal al que no está acostumbrado, el batallón catalán se dispersó poco y era más común en el centro de la city oír hablar la "meva llengua" que el euskara (excepto en la retransmisión del Barça-Mallorca en el Kursal, donde debía ser yo la única culer).

Cayó una edición bilingüe de "Siete poetas vascos" y una antología de poesía clásica japonesa "Kokinwakashü". Cayó también un granizo de los que dejan huella, unas ráfagas huracanadas que amenazaban con convertirme en la bruja del Este y una lluvia helada que se te congelaba en el pecho.

14.918 cruzamos la meta llevados en volandas por 20 kilómetros de ánimos desconocidos que no desfallecieron ni con el granizo, ni con la lluvia, ni con el frío, ni con el viento. Gracias, como siempre.

Tres banderas conté por delante de mí. Dos inmediatamente detrás. Su número exacto no lo conoceré nunca, pero ahí estaban.