Estatut, tut tut, tut tut, tut tut...

Después de noticias como éstas:

y de todo lo que se está diciendo sobre el Estatut, he decidido hablar de cocina.

Dentro de un par de años no habrá tantos yogures con bífidus, esteroles vegetales y sabores soja-chocolate. Tampoco veremos las cincuenta variedades de panes que se venden en las boutiques llamadas panaderías, ni será usual encontrar kiwanos, litchis o mangostanos. La chiquillería merendará pan con chocolate y desayunará leche con galletas, no mininapolitanas rellenas ni batidos industriales de fruta con leche. Ir a un restaurante será una ocasión especial y escasas las veces que pediremos comida a domicilio. Las fiambreras y los bocadillos serán cotidianos.

Habrá que aprender a comprar. Haremos un menú y utilizaremos un presupuesto. Compraremos más a menudo y si es posible, directamente, sin intermediarios: fruta y verdura, pescado, huevos... Consumiremos marcas blancas y productos de temporada. Aprovecharemos las ofertas, los descuentos y los cupones. Iremos más al mercado y menos al hipermercado. Cambiaremos de dieta, aumentarán las legumbres secas y disminuirán la carne y el pescado. Compraremos envases mayores y pollos sin despiezar. Reduciremos los embalajes y envases. Los caprichos serán poco habituales.

Habrá que aprender a cocinar. Desempolvaremos la olla a presión. Reciclaremos e inventaremos recetas con sobras para no tirar nada. Volveremos a amasar pizzas y empanadas. Se tendrán menos remilgos con los menudillos. Redescubriremos como alargar un guiso, como hacer rendir un asado y cómo engañar un estofado.

Habrá que aprender a conservar. Desperdiciaremos menos comida y compraremos más cantidad cuando el precio lo valga. Rallaremos el pan duro. Congelaremos y encurtiremos. Tendremos una despensa con los alimentos básicos. E incluso un huerto aunque sea en la ventana.

Y nos despediremos de las servilletas de papel y de los mil y un gadgets. Y seremos más libres.